Todo fue un sueño
Así como jamás me espere fallar aquella vez
que agendé mi despedida, tampoco me espere recuperar la vitalidad y la sonrisa
que en mi juventud solía lucir.
Fueron 7 años de esperanzas vencidas y vaivenes,
mañanas infinitas y noches efímeras, sueños lucidos y pesadillas maniáticas.
Nunca pude afiatarme con otra persona después de terminar mi relación, no podía
confiar en nadie y no quería lastimar ni defraudar a más personas,
sinceramente. Una incapacidad que algunos decoran con miedo al rechazo o al
ciclo eterno de las cosas.
El que nace sin querer muere sin amor,
susurran las paredes de mi cuarto, como graffitis en un callejón oscuro. Honestamente solo esperaba la muerte como el
niño al viejo pascuero.
Tenía asumido que la experiencia del loco
amor ya la había vivido y que repetirla sería imposible, no, mejor dicho,
falso. Melancolía y misantropía rutinarias, ininterrumpidas y acompañadas
siempre de la nostalgia, cargada de recuerdos, ásperos recuerdos. Pero claro
que no todo dura eternamente…me lo enseñaron a carcajadas y a lagrimones, y
nuevamente me lo estaban refregando en la cara.
Ver esa mirada brillante ilumino todo mi
grisáceo semblante. Mi boca temblaba y las palabras se tropezaban antes de saltar
por la lengua. Se acercó irradiando feminidad, tonalidad que había desparecido,
hace bastantes cuadros, de mi paleta de colores. Cada centímetro que se
acercaba eran clavos en los ojos de mi estabilidad. “¿Estás bien?” dijo con voz
de agua, yo seco, como si llevara 40
años en el desierto vagando solo atine a sonreír con los ojos, me acerque con
la desesperación de la lluvia por morir en el suelo, la abrace con la misma
fuerza del invierno y le susurre en su oreja destapada “Si, por fin”.
Obviamente no todo se dio de inmediato,
ella hace poco había terminado una relación y yo aún arrastraba la ruma de
complicados intentos de “hay alguien para ti por ahí”.
Pasaron los días, convirtiéndose en
semanas, pasaron las semanas, transformándose en meses, pasaron los meses con
forma de años, pasaba el tiempo e íbamos formando una nueva amistad y creando
lazos. Todo se dio como si nunca nos hubiéramos conocido, pero como si
hubiéramos sabido desde siempre que nos volveríamos a encontrar.
No quise ir rápido, solo pretendía no
desaparecer de su vida, ni que ella lo haga de la mía. Pero ella estaba más
grande, definida (no limitada) y yo seguía pequeño, vacío, incompleto. A pesar
de todas la horas de lectura alimentando mi alma hambrienta, desempolvando la
ignorancia levemente (vivimos al lado de un aserradero, todos los días
debemos limpiar) comprendiendo un poco la mente de mi raza animal,
ampliando mi cosmovisión, subiendo la lupa a la altura en que ni me veo, ni en
este ni en otro plano existencial (solo soy una partícula de polvo) entendiendo
que la vida es un constante siempres y nuncas, tan efímeros como los
sentimientos… Pero a pesar de eso, cambié, y demasiado, lo único que no cambió
fue mi amor hacia ella y mis incalmables ganas de perderme de la humanidad (que
contradictorio es el toro que torea y saca sangre por culpa de su fobia al rojo).
Era inevitable no enamorarse otra vez,
obvio, ahora somos adultos, con el tercio de la vida en los ojos, cansados ya
de decepciones, medios pomelos y medias mandarinas.
Siempre lo supe creo, desde que caí al
abismo, y desde que vi la luz en sus ojos a los años después, desde que escuche
el primer y último “te quiero” de una joven que decía sentir algo muy grande
por mí, pero no era así, no era por mí, era por lo que yo le dejaba ver,
siempre lo supe, pero lo escondí. Siempre supe que tarde o temprano, al seguir
viéndonos y conversando volvería a sentir algo por ella, algo que no era
amistad, ni nostalgia, sino un nuevo sentimiento, de esos que solo una vez en
la vida se puede sentir y que si no te arriesgas a manifestarlo se puede perder
para siempre en un hoyo negro (en otra dimensión nos arriesgamos).
Qué bueno haber tenido razón tan locamente.
Ahora yo con 33 años y ella con 30, la relación es diferente, han pasado muchas
cosas, pero lo que nos convoca no necesita de esos detalles, tan insustanciales
para un lector que probablemente haya caído en este vergel de letras por
equivocación. Nos reímos de lo que alguna vez nos amargó,” era tan simple”
decimos ahora, mi verdad es que lo necesitábamos, al final ya sea tarde o
temprano lo importante era volver a ver el cielo crecer, y esas nubes grises
soplarlas (aprendamos del pasado, solo para eso “existe”)
Tenemos una pequeña de 2 años, idéntica a
su madre, aunque con mi carácter que tenía a su edad. No pasa un día sin que
las mire (sin que se den cuenta) y tiren fuegos de artificio mis ojos, esos
ojos que un día solo veían hastío y desprecio. Agradezco la oportunidad no
dejando de pensar en que perdí la primera.
Aprendí a amar a la mala. Con el dolor, del
que quiere morir, entendí que no hay que aferrarse a nada y disfrutar el
viento, el huracán y la puihua (el viento y sus mutaciones, así como los
momentos) y en vez de idealizar valorar lo que tienes, porque mañana lo pierdes, eso es lo único seguro que hay
aquí.
Incluso ahora en mis ratos libres comparto
con jóvenes que sufren lo mismo. Imberbes que conviven con lo que alguna vez
fue mi padre, amante y primogénito, y que ahora es solo un vecino que rara vez
veo sacando la basura y saluda, desvariado como si creyera conocerme, pero no,
no recuerda quien soy. Trato de ayudarlos a fugarse de sus cárceles mentales,
eso me ayuda a recordar lo que fui y a pulir más la cuchara, si al fin y al
cabo la fuga es eterna. Les muestro formas de convertir el dolor en
inspiración, y que inspirarse no les duela, eso sí, yo aprendo más con ellos
que al revés. Claro, sería una burda mentira si dijera que mi vida es perfecta
y que cada día los pájaros cantan, no es así, pero ahora las jaulas están
abiertas…
-¿Qué estás escribiendo ahora, amor?
-Acabo de cerrar un ciclo [ruido de puerta]
-¿Tu novela? ¿Esa dónde eres el más lindo del mundo?
[Se ríe con malicia]
-(Yo diría que el mas imbécil y absurdo)[sonrío] no,
ese es tu papel [la miro con cara de jaque mate], pero si, por fin termine de
escribir la novela. A medida que iba recordando lo que paso hace tanto tiempo
sentía dolores de estómago y apretones de pecho. No había asimilado lo
angustioso que fueron esos años de nuestras vidas.
-Para mí todo eso fue como un sueño, un mal sueño
[dice posando su cabeza en mi pecho]
-Para mí era un infierno demasiado real [respondo
acariciándole el pelo]
-mmm [se refriega] ahora que terminaste levántate y
vístete para que salgamos a comprar algo para almorzar [se levanta y repite con
cara de ya es tarde] levántate…
-Levántate, tu mamá pasará a buscarnos para bajar a la
playa.
Así
despertaba de mi sueño, luego de no haber podido cortarme y sufrido recordando
en el intento, mi abuela apurada gritando desde abajo por culpa de mi madre y
su fascinación por ir a la playa en invierno por la mañana, tan solo unos
segundos más necesitaba para poder ir a comprar el almuerzo (el cuchillo seguía
debajo de la almohada).
Respetos desde alguna parte de este asqueroso y dulce mundo.
ResponderEliminarSaludos y esperando algúnas letras nuevas.